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Voces del estallido: 23 de mayo del 2021 (Caso Éxito)

  • Foto del escritor: Juan Grajales
    Juan Grajales
  • 25 may 2021
  • 3 Min. de lectura


Empezó como siempre: en las redes sociales. Tenía la cabeza metida en otro sitio y me perdí un buen pedazo de la polémica, pero las tendencias ya estaban establecidas cuando entré a Twitter en la madrugada del 23 y vi que hablaban del Éxito —una gran cadena de supermercados—. Algunos twitteros afirmaban que en Cali, en el sector de Calipso, la fuerza pública había utilizado las instalaciones del supermercado para retener a los manifestantes, incurriendo en aparentes casos de tortura y posible homicidio.


Sí, sí, aquella idea podría sonar disparatada. Y quizá lo sería si no estuviésemos hablando del país del los imposibles, en donde los horrores sobrepasan los límites de la mente más sádica y pesimista. Fui prudente y esperé algún comunicado, aunque las explicaciones oficiales llegaban cojas y a medias. Mientras tanto, por los grupos de Telegram circulaban las convocatorias para protestar en contra del grupo Éxito.


Era domingo y yo ya tenía planes ese día —sería el primer domingo normal desde el inicio del estallido social—, pero sin duda esto era mucho más interesante que pasar la tarde en un parque. Los planes cambiaron.


Por precaución no llegué temprano —suena como excusa atropellada para llegar tarde, y quizá lo sea—, cuando iba en el bus vi a al menos una docena de "matrimonios" adelantarnos en la avenida. ¿Sería tan grave?, quién sabe, ya nada me sorprendía después de los disturbios del 3 de mayo.


Cuando llegué, lo primero que vi fue al montón de motos de policía parqueadas en fila, al fondo la tanqueta del ESMAD y policías por todas partes. No era un grupo muy nutrido de manifestantes y seguramente no pasaría nada, pero era simplemente incómodo ver a la fuerza antidisturbios a escasos metros de los manifestantes pacíficos. ¿Acaso aquello no estaba prohibido?


Muchos jóvenes empezaron a leer los nombres de los fallecidos durante el Paro Nacional:

«¿Dónde está Sara?, ¡no está, la policía la mató!; ¿dónde está Kevin?, ¡no está, la policía lo mató!; ¿dónde está Cristian?, ¡no está, la policía lo mató!...».

Era fácil enojarse, el gobierno pretendía calmar los ánimos al cambiar las cabezas de sus funcionarios. El problema era de fondo y merecía un análisis juicioso; el gobierno no estaba dispuesto a darlo.


El gobierno local tampoco daba muchas esperanzas, se apreciaba la retórica pacifista del alcalde, pero era simplemente irrisorio proponerle a los manifestantes abrazar a los agentes de la fuerza pública que actuaron como verdugos antes. ¿Se puede pedir paz sin ningún tipo de justicia?, ¿se puede pedir empatía y comprensión cuando los victimarios ni siquiera reconocen sus acciones?


La policía se retiró luego de un rato y se llevó a cabo un performance frente a las puertas del Éxito: un hombre tirado en el suelo y cubierto de sangre, mientras una mujer vestida con mensajes alusivos a la empresa anunciaba remates. Supuse que escenas similares debían repetirse en todo el país.

El plantón se convirtió en marcha durante las últimas horas de la tarde. No se siguió la usual ruta de la Avenida Santander, se usaron calles secundarias, subíamos y bajábamos, cambiábamos de rumbo, girábamos en la esquina. No había un líder establecido, nadie que nos guiara —apenas un par de muchachos que gritaban más fuerte que el resto—. Muchos vecinos salieron a sus balcones, pues no estaban acostumbrados a que los manifestantes pasaran tan cerca de sus casas.


El rumbo era desconocido, la policía de tránsito no tenía tiempo de desviar el tráfico y terminábamos encontrándonos de frente con los carros. Quizá algunos se asustaron, pero, por lo general, los conductores apoyaban con sus pitos, alentados por los jóvenes.


«¡Y pite, y pite, y pite, compañero!, ¡que aquí se está luchando la educación del pueblo!».

La marcha continuó hasta otra sucursal del grupo Éxito, ya era de noche cuando la manifestación bloqueó ambos carriles de la calle principal. No hubo destrozos, no hubo problemas. La policía, de haberla, no se veía por ningún lado. Mejor así.


Y luego todo el mundo a casa, felices de haberse manifestado con algo de libertad. Pero era una alegría que no duraba mucho, pues, otra vez, no era más que echarle un vistazo a las redes sociales y ver cómo los manifestantes de otras ciudades no corrían con la misma suerte. ¿Era cuestión de tiempo antes de que ocurriera aquí otra vez?

¿Y después?

¿Después qué?


En las noticias hablaban de terrorismo urbano, de manifestantes manipulados por la izquierda y las redes de crimen organizado. La estrategia de antagonizar a la oposición no parecía calmar los ánimos, más bien lo opuesto. ¿Y si el gobierno estaba al tanto?, ¿y si era ése su objetivo?, a saber cómo acabará todo esto. Nunca se sabe qué nuevo horror esconden bajo la manga.

 
 
 

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