Prensa independiente: ¿suplantación o valentía?
- Juan Grajales
- 4 jun 2021
- 4 Min. de lectura

Y ya pasó más de un mes desde que la gente salió a las calles. Muchos no pensaron que fuese a durar más de una semana, ¡estábamos tan acostumbrados a los paros de un día!, ¡eran tan comunes las protestas legítimas que se desvanecían ante la indiferencia del pueblo! Pero esta vez fue diferente, el mismo gobierno atizó las brasas y el disparo de represión le salió por la culata. Aparecían más casos de abusos y amenazas, se registraban más desaparecidos y muertos. En otros tiempos —apenas una generación atrás— eso habría bastado para cerrarle la boca a todo el mundo.
Quizá el gobierno todavía se creía dueño del monopolio de la información. No contaba con los centenares de vídeos y fotografías que se propagaban más rápido que un virus. Para las primeras noches, cuando los noticieros apenas organizaban qué decir, ya circulaban los vídeos de los abusos policiales y sus respectivos muertos.
Muchos ciudadanos se organizaron, se engrosaron los grupos de Derechos Humanos, los estudiantes y trabajadores de la salud se unieron a equipos de primeros auxilios y, entre todas las comunidades que se reunieron, unos con cascos blancos y cámaras en mano fueron la voz de aquellos que no la tenían.
Si para unos está bien contar la añeja versión a medias del gobierno, ¿por qué no pueden otros contar esa segunda y siempre ignorada versión?, la versión de los que al estado nada valen, la versión de los que no pueden convocar ruedas de prensa ni mesas redondas, que no pueden brindar declaraciones oficiales sin correr el riesgo de amenazas, censura y, en muchos casos, hasta deseapariciones y ejecuciones extrajudiciales. Ahora es muy común escuchar «Es que la prensa independiente está parcializada, ¡siempre están del lado de los manifestantes!».
¡Pues sí!, claro que están parcializados, ¿qué medio de comunicación no lo está?, ¿alguien ha leído las últimas notas de la revista Semana?, ¿alguien ha visto los titulares de las noticias en Caracol y RCN?, ¿alguien ha escuchado los comentarios de los locutores de radio? La única diferencia es que la prensa independiente no es tan hipócrita para autodenominarse tibia o imparcial, cosa común en los medios tradicionales, en donde los «artículos objetivos» no son más que artículos de opinión —la opinión de los de siempre— llenos de eufemismos y sutilezas. Eufemismos y sutilezas que nos comimos durante años, que nos tragábamos enteros; la única forma de saber la verdad —incluso la fabricada— era a través de las migajas remasticadas que los presentadores de noticias nos daban en la emisión del mediodía, o la de las seis de la mañana para los más madrugadores.
Excelentes periodistas hay en todas partes, en todos los medios —incluso en los más cuestionables—, pero sus buenas intenciones se ven constantemente entorpecidas por los intereses políticos y económicos de los dueños de esas empresas que les dan de comer. ¿A quién le gustaría quedarse sin trabajo en un país cuya tasa de desempleo supera el 15%?, o, peor aún, ¿quién quiere ponerse de «sapo» en el país que, según datos de Reporteros sin Fronteras, ocupa el puesto 130 —de 180— en libertad de prensa?
La indignación de la gente —uno de los principales promotores del paro y el gatillo definitivo del estallido social— no se dio por las versiones oficiales de la fuerza pública, no se dio por las declaraciones de los gobernantes a los que los medios tradicionales hacían las veces de megáfono.
No hacen falta ni dos dedos de frente para entender que, a estas alturas, es inútil pretender tapar el sol con un dedo, mucho menos con un bolillo. En las noticias decían una cosa, pero en los vídeos circulaban otras. ¿Eran acaso fabricados los vídeos de policías golpeando a muerte a los manifestantes?, ¿estaban editadas las imágenes de los disparos indiscriminados de la fuerza pública?, ¿acaso el castrochavismo había extendido sus raíces en los vídeos en vivo? Vimos cómo mataron a Nicolás Guerrero en Cali, vimos cómo civiles armados mataron a Lucas Villa en Pereira, vimos cómo Alison Meléndez denunciaba abuso sexual por parte de la fuerza pública antes de quitarse la vida —para que después saliera la fiscalía y el árbol de las manzanas podridas a esgrimir el subterfugio de «Noticias Falsas»—, y la lista sigue hasta el techo. Y no, no nos enteramos por televisión, no nos lo contó el periódico, no lo leímos en el Twitter de alcaldes o instituciones del gobierno. Fue la prensa independiente quien contó lo que otros preferían callar.
Las transmisiones en vivo se convirtieron en una herramienta fundamental; no hace falta estar de acuerdo con lo que dice el periodista en la transmisión, fácilmente se pueden ignorar las palabras y prestar atención a las imágenes. Y luego no se necesita nada más, porque los horrores hablan por sí solos.
Ah, sí, sí. Que esa es su versión, la versión de la prensa independiente. Bueno, ¿y cuál es la otra versión?, ¿dónde está la prensa real?, ¿por qué no los vemos en los barrios durante los enfrentamientos?, ¿por qué sólo aparecen cuando en las calles no quedan más que latas de gas expirado, huellas de sangre y perdigones dispersos?
Si la prensa real habla de violaciones de derechos humanos, rara vez corresponde a un trabajo investigativo autónomo y más bien se trata de hechos tan virales que ya no se pueden ocultar bajo distracciones atropelladas. Luego salen los de siempre, indignados como nunca, porque lo que sale en la prensa internacional difiere de los comunicados oficiales del gobierno y su respectivo eco en los medios tradicionales.
Resulta innegable que aquellos que salen «armados» con cascos blancos, chalecos, celulares y cámaras son más dañinos para el gobierno y la fuerza pública que cualquier otro actor del estallido social. ¿Será por eso que los odian tanto?
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