Los colombianos de bien (Edición de Twitter)
- Juan Grajales
- 23 ene 2019
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 23 ene 2019
Un día cualquiera estarás sin nada qué hacer, las clases fueron canceladas, el bloqueo mental te ha impedido terminar unos escritos pendientes, estarás revisando las redes sociales como es habitual. No usas mucho Twitter, pero te gusta publicar algunas cosas de tu trabajo y conocer gente con tus mismos intereses. Entras, retwitteas un par de cosas, algo simple sobre la tendencia del momento. Ves allí un tweet curioso, una periodista nacionalmente reconocida pide ayuda para combatir a un perfil falso que pretende suplantarla. Le das clic. En especial se destaca un tweet de la cuenta falsa, es incendiario, con ánimo de ofender a quienes crean que es la verdadera periodista la que escribe esto. Abajo están los comentarios, unos avisando que es una cuenta falsa, otros insultándola por tan inoportunas palabras. Tienes dos opciones, o sigues bajando en el timeline para finalmente aburrirte, salir de la aplicación y navegar en otra red social, o puedes decirle a esta enojada mujer de edad avanzada que el tweet que fervientemente está contestando es falso. No te gustan las fake news, ya has hecho proyectos y hasta conferencias por combatirla. Optas por lo segundo, de buena intención. Le dices que no, que el tweet es falso, qué hay que aprender a notar las pequeñas diferencias (falta de verificación de una cuenta oficial, pocos seguidores, trinos incendiarios) para no caer en bulos. Listo, eso es todo, es un comentario cualquiera, se lo dirías hasta tu propia madre si la ves compartiendo cadenas falsas por el grupo de la familia en WhatsApp. Sigues con lo tuyo. Luego alguien te responde, no le prestas importancia a quién es, pero notas que sus palabras defienden el trino anterior, el de la mujer equivocada. Le dices que no tiene sentido replicar cosas que la periodista nunca escribió. Habrás cometido el segundo error del día. Una respuesta algo ácida y petulante de aquella otra persona te hace alzar una ceja, luego sientes que algo anda mal cuando ves el inusual número de likes y RT que tiene un comentario tan simple como ése. Respondes, lo haces usando el mismo tono ácido pero, a diferencia de la otra persona, le prestas atención a tu ortografía y a la puntuación, no pasan mas de unos cuantos minutos cuando te ofenden. Reclamas, sorprendido, la repentina falta de respeto con la que te hablan. No puedes enviar tu respuesta, ya te han bloqueado. Suspiras, hasta te parece gracioso y algo cobarde, te tiraron la piedra y escondieron la mano. Pero no acabó allí. Tu respuesta sí se envió. Alguien más te critica por pedir respeto, dicen que a ti nadie te tiene que pedir permiso para hablar. Vuelves a responder pero, antes de que siquiera lo veas llegar, aparece el resto de la jauría. Mientras escribías, en manada se metían a tu cuenta, la revisaban de pies a cabeza, buscando un lugar por el cuál atacar, algún punto débil, un trino de hace meses o de hace años sacando de contexto. Cualquier cosa; no lo encuentran. Pero no, ellos no se van a quedar con las manos vacías. El próximo trino que te hagan no será un sarcasmo ácido, será un ataque personal, tomarán la información que encabeza tu descripción para insultarte, criticarán lo qué haces, o al menos lo que ellos conocen. Respondes, no insultas, pero tampoco eres amable, razones no faltan, están usando un argumento ad hominem que no puedes y no debes tolerar. Sigues asombrado, te están insultando y aquel sujeto está recibiendo más likes y RT de los que tú has tenido en la mayoría de trinos que has hecho desde que abriste la cuenta hace unos cuantos años. Son un grupo, se conocen. Te atacan desde todas partes, no son pocos, utilizan la casi inexistente información que tienen a la mano para retorcerla. Sabes que aquí no hay discusión, no hay debate, no hay argumento. Pero eres terco y sigues exigiendo respeto y respondiendo a los comentarios cuyo único fin es provocarte para poder decir algo fuerte. No dices nada fuerte, no caes tan bajo, pero aún así continúas. Tercer error del día, y apenas son las ocho y media de la mañana. No estás acostumbrado a esto, te gustan los debates, los disfrutas, tienes un ego delicado por lo que sólo opinas cuando realmente tienes argumentos para defender lo que piensas, pero aquí no estás defendiendo lo que piensas, no estás defendiendo tu postura política, ni tus creencias religiosas, ni si los virus están muertos o vivos, ni siquiera si las corridas de toros deben continuar o no, aquí estás defendiéndote a ti mismo, no atacan tus argumentos, te atacan a ti. No estás preparado, creíste que algo así había quedado apenas en el colegio y quizá en las peleas de amigos inmaduros. Tampoco estás habituado a esta red social, en Facebook estás cómodo, puedes extenderte, tratar punto por punto en un mismo comentario, uno tan largo que ellos ni siquiera leerán por pereza, podrás llamar a tus contactos y dejarán de fastidiarte. Pero aquí estás por tu cuenta, te sientes incapaz de escribir y defenderte en 140 caracteres (que después te darás cuenta de que son más, pero ya qué), no formas parte de ningún partido político, eres tibio, del centro, sin grupos para llamar, y tampoco conoces a nadie. Aquí estás solo. Pasa el día, ahora están fastidiando a una chica que había comentado lo mismo que tú, le dicen de todo, médica de garaje, impostora, [inserte insulto de tía chismosa aquí], etc. Te relajas, al menos la cosa ya no es contigo. Te siguen llegando notificaciones, la gente le está dando like y RT a un trino en el que te mencionan, pero no lo puedes ver, resulta qué hay más personas que te han bloqueado pero, a diferencia de la gente normal, ellos no están bloqueándote para no verte más, no señor, ellos te están bloqueando para poder insultarte y difamarte desde una penumbra mal hecha, para que no te des cuenta, para que no te defiendas de sus acusaciones desorbitadas, exageradas y esquizofrénicas. Una amiga es quien te envía la foto de aquel trino, un comentario suelto de hace meses, sin hashtags, sin menciones, con apenas tres likes. Allí decías, palabras más, palabras menos, que te preguntabas qué tan vacía debía estar la vida de alguien para que sus afiliaciones políticas encabezaran la descripción de redes sociales. Listo, eso fue todo. Nada más. Lo hiciste seguramente porque eres de centro, o al menos eso te consideras. La gente te dice tibio por no reconocerte en ningún movimiento específico, aunque de tibio no tienes nada, más bien es un eufemismo utilizado para expresar que cómodamente le puedes tirar mierda a todo el mundo. De derecha o de izquierda, de arriba o de abajo. Reconocer virtudes y también las falencias, a diferencia de algunos que aceptan a un líder cual mesías, que a pesar de la implacable evidencia de sus errores, los ignoran e incluso los niegan, todo el que piense diferente es un enemigo, y todo lo que huela al otro extremo del brazo político debe ser descartado y tratado en un laboratorio con bioseguridad de nivel IV. Y tú, haciendo uso de tu derecho a la libre expresión, comentas que personas así te parecen vacías, tan básicas que en su cabeza sólo cabe la política, que su vida se reduce a defender y replicar lo que dicen congresistas y expresidentes que ni siquiera conocen su existencia. Ves los comentarios, ahora están insinuando que cortas la libertad de expresión, que eres un mamerto, que eres un terrorista. Terrorista, terrorista, terrorista. Hace una semana hubo un atentado en la capital, muchos muertos, muchos heridos. La gente está enojada y, a pesar de que ya las autoridades dieron a conocer la identidad de los responsables, aquí insinúan que tú eres uno. Luego lees que alguien exige que te hagan tomar de tu propia medicina, y no, estás completamente seguro de que no se refieren al omeprazol que te tomas todos los días desde aquel incidente en el que bebiste de más en julio del año pasado. Te tratan de asesino y piden que te paguen con la misma moneda. Acusaciones así se hacen todo el tiempo, no te tienes por qué preocupar, ¿o sí? Quién sabe, hace meses amenazaron de muerte a un compañero de tu universidad por hacerle campaña a un candidato de izquierda, y un simple vistazo a los datos te recordará que aquí matan y desaparecen gente todo el tiempo, gente que piensa distinto. Y nadie hace nada. Suspiras, sientes que el pulso se acelera. ¿Es esta una amenaza o un comentario malinterpretado? Quizá sea oportuno avisarle a las autoridades, pero primero debes asegurarte de que no sea un paso en falso, una falsa alarma. Entras al perfil, no tiene foto, pero hace parte del grupo. Revisas a los demás, casi todos ellos personas de la tercera edad, la mayoría pensionados, con mucho tiempo libre pero carentes de talento alguno: alguna mujer cuarentona, de gafas oscuras, sonrisa cara y con el pelo teñido que está inmensamente preocupada por la situación del país (aunque viva en Miami), un supuesto esmeraldero, y los que sí tienen fotos tienen la pinta de la típica viejita balconera que vigila con vehemencia quién entra y quién sale del edificio, cuya fecha de nacimiento está más cercana al hundimiento del Titanic que a la actualidad, con la estabilidad ósea de un taco de galletas Ducales, con una esperanza de vida a la que le queda menos de veinte años por alcanzarse, que antes sólo tenía voto, pero ahora alguien le ha dado voz. Benditas sean las redes sociales. Buscas las causas de un comportamiento así, quizá es la inevitable sensación de que átropos les está pisando los talones, que ya dibuja círculos en sus espaldas con las tijeras, o quizá se deba a algo más, a un cromosoma mal ubicado, a alguna masa de células en el cerebro que está creciendo y está aplastando a las demás. Lo último explicaría por qué en la cabeza sólo les caben cuatro cosas. En fin, son todos defensores de la legalidad y las buenas costumbres, gente conservadora, ciudadanos de bien. Colombianos de bien. Aquellos a quienes les indigna la muerte de los policías en el atentado pero ignoran y hasta justifican un genocidio sistemático contra los líderes sociales, aquellos que culpan a un expresidente de todos los males que existen, incluyendo también el calentamiento global, la crisis de la resistencia a los antibióticos y la epidemia de influenza de 1918. Son también los mismos que quieren justicia con el caso de violencia intrafamiliar de H. Morris pero se hacían los desentendidos con la violencia machista de G. Rugeles, los que toman medicamentos alternativos para desintoxicar el cuerpo pero apoyan el uso de asbesto y las fumigaciones aéreas con glifosato, los que piden que investiguen la entrega de un fajo de billetes a un ex alcalde pero miran hacia otro lado cuando el fiscal general se ve envuelto en uno de los casos de corrupción más escandalosos de la década, los que detestan la impunidad pero piden que liberen a Andrés Felipe Arias, los que quieren legalizar el porte de armas pero son incapaces de tolerar una camiseta con un mensaje diferente, son ellos, los homofóbicos, racistas, machistas, clasistas. Los que dicen “hay que ver cómo iba vestida”, “si lo mataron fue por algo”, "esas tierras fueron legalmente compradas por los ganaderos". o también “hay que darle de su propia medicina”. Sí, ellos. Los defensores de la moral, porque sí tienen mucha moral. Tanta que hasta tienen dos.
Ya te dejaron en paz, revisas sus cuentas, publican algo cada cinco minutos. Respiras, no te va a pasar nada malo, ahora están insultando a alguien más. Son buitres, abundan en las profundidades de los comentarios hacia las publicaciones de gente reconocida, están ahí esperando a alguien que pique el anzuelo, a alguien que critique, que debata, o que simplemente corrija un trino falso. En cuanto alguien cae, la jauría ataca. No volverás a caer, eso es seguro. Pero sientes que falta algo por hacer, y tienes razón, estás de nuevo en el principio, otra vez es el mismo dilema. La gente sigue cayendo, ¿qué harás tú?, ¿seguir con tu vida o advertirles?, ¿de verdad quieres seguir con este juego? Sabes que hay que exponerlos, aunque no sea tu problema. Ya ha amanecido, es un nuevo día para hacer las cosas correctamente. Tienes frente a ti una hoja en blanco, no hay fecha ni autor. ¿Estás listo para cometer el primer error del día?, te preguntas a ti mismo pero no te respondes, llevas tus dedos al teclado y escribes el título: Los colombianos de bien.
Comments